sábado, 14 de abril de 2012

Un día normal, escuchas una canción 
alguno de tus sentidos te lleva a un recuerdo.
Instintamente 


Un día descubres los bolsillos
huérfanos de canicas y de cromos,
hechas de menos el balón de los recreos
y las novelas de Marcial Lafuente Estefanía.
Nada queda de las tardes de aventura,
de la búsqueda de nidos y de setas,
bocadillos de nocilla, tigretones y phoskitos,
el dictado, la tabla de multiplicar estrellas,
y el río Miño  que recitabas de memoria
ante la severa pizarra de la primera escuela.
También se han ido los muñecos de nieve,
los héroes de los tebeos derrotando a los malvados,
el Sil allá abajo como una frontera de misterio
y las mariposas clavadas
en los alfileres de la inocencia.

Encuentras en cambio más arrugas en la cara,
alarmas blancas entre el pelo
y los gestos como cansados
al borde de un abismo.
Te queman las tarjetas bancarias casi sin fondos,
los buzones inundados de publicidad,
la cita con el oftalmólogo,
la comunidad de vecinos, los atascos,
tantas revoluciones perdidas,
y el despertar malhumorado de tu compañera.
Sabes entonces que tu infancia ha quedado muy atrás,
que el barco pirata naufragó hace tiempo
y que el Capitán Trueno
no acudirá jamás
a rescatar a la princesa.

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