miércoles, 8 de junio de 2011


Cunqueiro en su universo


Hijo de la tierra que dio a la historia de la creación en gallego y en castellano una lista de nombres como los de Ramón del Valle-Inclán, Torrente Ballester, Castroviejo o Camilo José Cela, Cunqueiro es responsable de una fabulosa obra narrativa 
El Comercio / 06.06.11 - 02:39 -
Anclada en perpetuo mirar de bronce hacia los rosetones ojivales de la catedral, aguanta hoy, frente al monumento que fundara el obispo Martiño, la figura sedente de aquel gallego que tanto paseó y tanto quiso las rúas de su entorno familiar. Aquí vive, aunque en cuerpo metálico, don Álvaro Cunqueiro Mora, hijo de esta ciudad de Mondoñedo, capital de una diócesis que tuvo como obispo a fray Antonio de Guevara, cronista de Carlos V y autor de 'Menosprecio de corte y alabanza de aldea'. Aquí aguanta y se ennoblece al paso del tiempo la estatua de don Álvaro, ante la que se detienen un momento y se retratan los peregrinos del Camino de Santiago que visitan la plaza, entre la rapacería que chilla y alboroza, la dulzura del 'orvallo' que cae y las campanadas de la torre vieja que llaman al oficio. Aquí tenemos, perenne y silencioso, aquel que tanto habló en lenguaje florido, el maestro de la prosa rica y frondosa que bebió de su tierra nativa, que elevó en fantasías de altos vuelos y fue capaz de que en ella encarnara el espíritu del alma galaica. Aquí está, en todos los días del año mindoniense, la estatua de don Álvaro. Al lado del lugar donde el mariscal Pedro Pardo de Cela -caballero del siglo XV a quien muchos tienen por símbolo de las antiguas libertades gallegas-, partidario de Juana la Beltraneja, fue decapitado en 1483, junto a su hijo.


En la leyenda que encabeza la estatua se recuerda el año en que don Álvaro vino al mundo, 1911, y hoy, un siglo después, los que admiramos al gran escritor estamos obligados, aunque no sea más que para cumplir el ritual pasajero de elogiar humildemente su figura, a detenernos un momento, rastrear en los estantes de nuestra biblioteca y abrir cualquier libro de los escritos por el ilustre gallego. En mi caso particular acudo a un nutrido volumen de tan hermoso continente como belleza a que su contenido es merecedor. Hablo de 'El laberinto habitado' (Nigratrea, 2007), una copiosa recoplación de los artículos que el escritor publicó en la revista catalana 'Destino' entre 1961 y 1976. Son más de tres centenares los artículos recogidos aquí por la filóloga gallega María Liñeira, de la Universidad de Santiago de Compostela. Y aparecen en ellos, clasificados en diversas secciones, los motivos queridos e irrenunciables de la prosa cunqueriana, es decir, los textos mágicos en que se invocan brujas, demonios y unicornios; los personajes excéntricos o pintorescos, como la reina de Saba o la bella y escandalosa bailarina Clèo de Merode; los mitos populares gallegos; el recurrente Camino de Santiago, con sus animadas historias de pícaros, devotos y peregrinos mundanos; las ocurrentes y sabias recetas gastronómicas y, en fin, las amenas alusiones a santos, tradiciones paganas y otras disquisiciones entretenidas, todas ellas tratadas con la sabia mezcla de humor, erudición y ensoñaciones que Cunqueiro supo llevar a su obra literaria.


Hijo de la tierra que dio a la historia de la creación en gallego y en castellano una lista de nombres tan relevantes como los de don Ramón del Valle-Inclán (por cierto, primo de la abuela materna de Cunqueiro), Torrente Ballester, Castroviejo o Camilo José Cela, Álvaro Cunqueiro es responsable de una fabulosa obra narrativa tan hondamente enraizada en el paisaje y el paisanaje de Galicia que, precisamente por ello, alcanza la más alta cota de lo universal. La abigarrada galería de personajes cunquerianos es gallega, pero pertenece a cualquier parte del mundo. Las andanzas de Merlín pueden tener su base en los asuntos tomados de la fantástica tradición oral del país gallego, pero las cosas que le pasan al mago rebasan los límites geográficos: 'A veces, por hacer fiesta -dice el escritor-, el señor Merlín salía a la era, y en una copa de cristal llena de agua vertía dos o tres gotas del licor que él llamaba 'de los países', y sonriendo, con aquella abierta sonrisa que le llenaba el franco rostro como llena el sol de la mañana, nos preguntaba de qué color queríamos ver el mundo'. Para Cunqueiro, el mundo es Galicia, pero Galicia está en cualquier rincón del planeta. Así, el escritor nos recuerda que el aojamiento de una vaca gallega es, en esencia, el mismo que se da en Polinesia; que la Ítaca de Ulises cabe en la boca de la ría de Arousa y que Ricardo Corazón de León, Beatriz o Julieta son personajes tan universales como la encarnación galaica a que él los lleva. Y los insólitos sucesos que el de Mondoñedo nos relata están envueltos en el humor y la retranca gallegos pero poseen categoría intemporal y cosmopolita, como en el caso de la doncella que empreñó en Alsacia después de haber pisado en el campo 'una yerba muy fuerte' y hubo de recorrer, aturdida y espantada, el Camino de Santiago. O en la historia del mensajero que Herodes envía a Fisterra 'para avisar que hay que degollar a los Inocentes'. Y en la curiosa crónica donde se habla de vinos y que don Álvaro cierra con un brindis 'por Shakespeare, por Falstaff, por los alegres bebedores de la 'Media Luna''...


Alquimista de la palabra, forjador de un desusado universo habitado por fantasmas y sortilegios medievales; dominador del lenguaje, cocinero o sollastre de recetas culinarias poéticas e imposibles, don Álvaro Cunqueiro Mora queda sentado aquí, frente a la catedral de Mondoñedo -la ciudad 'rica en pan, en aguas y en latín'-, hecho estatua de bronce y memoria, viendo cómo se apresura a lo largo de toda Galicia el tropel de ciudadanos que empiezan a celebrar, con toda justicia, el centenario de su nacimiento.

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